Desde la muerte de su tío Alfred, ocurrida en extrañas circunstancias ocho años atrás, Edward Siking viaja por primera vez a Cádiz en 1910. Entre el equipaje, una veintena de cartas remitidas por Alfred entre 1890 y 1902. Ellas eran testigo del paulatino deterioro que se iba produciendo en la salud mental del compositor inglés.
Efectivamente, Alfred era músico y quería conocer Cádiz, así como los escenarios que tuvieron relación directa o indirecta con la batalla de Trafalgar. Su intención era componer una obra de carácter heroico en la que se describieran tanto los prolegómenos como las distintas fases de la batalla. Su idea musical se veía aún más motivada por el hecho de que su bisabuelo paterno había perdido la vida aquel octubre de 1805 embarcado a las órdenes del Almirante Nelson.
Las primeras cartas que Edward recibía de su tío, reflejaban la euforia de un hombre lleno de vitalidad, impresionado por un paisaje de indescriptible belleza e ilusionado por la fluidez y acierto con que las frases musicales se iban haciendo cada vez más numerosas en sus folios pautados. Más adelante, sin embargo, se produjo un sensible frenazo en la producción de “La Batalla”, y ello coincidiendo con la aparición de una mujer en la vida de Alfred. A partir de esas fechas, primavera de 1892, aquella mujer, de la que nunca Edward supo su nombre, desarrolló sobre el músico una influencia muy poderosa, desviando sus perspectivas musicales hacia otros campos. Así quedaba de manifiesto cuando escribió: “He dejado temporalmente La Batalla, pues la señora me ha prometido una información valiosísima que me hará cambiar la estructura general de la obra. Mientras tanto, estoy componiendo por deseo suyo “Las Mentiras de Satán”...
También por deseo de ella compondría “El Pozo de los Lamentos” (1895), “La Segunda Pasión” (1897) y “La Tumba de Cristal” (1899).
Pese a que Edward intentara a través de la correspondencia saber algo más sobre aquella mujer y así tratar de influir en su tío para que retomara el trabajo de La Batalla y se olvidara de las demás obras menores, todo resultaría inútil. De la mujer supo que jamás fue amante de su tío aunque éste fue enamorándose poco a poco de ella.
Con respecto a la obra, una frase escrita en enero de 1901 sería muy significativa: “Ha merecido la pena esperar. He terminado La Batalla y la ayuda que he recibido de la señora ha sido sublime...”.
Ese mismo año, Edward constataba con horror cómo la demencia se cebaba con su pobre tío, cuando en otra fechada a primeros de mayo, se leía: “... cuento los minutos deseando que cada día a la misma hora, la señora salga del fondo del Estrecho para reunirse conmigo...”.
En marzo de 1902, Alfred Siking fue hallado sin vida en la orilla de una playa del Atlántico gaditano.
Ocho años más tarde, su sobrino Edward Siking tuvo la oportunidad de desplazarse al lugar donde los acontecimientos se habían desarrollado. Durante cuatro años las indagaciones fueron abundantes, pero infructuosas. Sobre el asunto de la enigmática mujer, Edward intentaba averiguar preguntando con la cautela necesaria, pero nadie sabía nada o no quería saber. Un pobre borracho anduvo contándole en su embriaguez la extraña historia de una mujer acusada de infidelidad, a la que su marido, lleno de celos, encerró en un subterráneo donde era mantenida viva a pan y agua. Cierta noche, enloquecido, el marido la golpeó con tal brutalidad que acabó matándola y arrojando su cuerpo inerte en alta mar.
Edward conoció muchos detalles de la vida de su tío pero poco más. Las partituras no fueron halladas, especulándose con que Alfred las había enterrado en algún sitio de las montañas entre Camarinal y Tarifa.
El inminente comienzo de la I Gran Guerra obligó a Edward a regresar a su patria precipitadamente y sin cumplir sus objetivos. Durante el viaje de retorno repasaba una tras otra las cartas del tío cuando, de repente, sus pupilas se dilataron, palideció y lleno de estupor exclamó: -¡Dios mío! ¡Es cierto! ¡Las obras de tío Alfred lo confirman todo!
Efectivamente, Alfred era músico y quería conocer Cádiz, así como los escenarios que tuvieron relación directa o indirecta con la batalla de Trafalgar. Su intención era componer una obra de carácter heroico en la que se describieran tanto los prolegómenos como las distintas fases de la batalla. Su idea musical se veía aún más motivada por el hecho de que su bisabuelo paterno había perdido la vida aquel octubre de 1805 embarcado a las órdenes del Almirante Nelson.
Las primeras cartas que Edward recibía de su tío, reflejaban la euforia de un hombre lleno de vitalidad, impresionado por un paisaje de indescriptible belleza e ilusionado por la fluidez y acierto con que las frases musicales se iban haciendo cada vez más numerosas en sus folios pautados. Más adelante, sin embargo, se produjo un sensible frenazo en la producción de “La Batalla”, y ello coincidiendo con la aparición de una mujer en la vida de Alfred. A partir de esas fechas, primavera de 1892, aquella mujer, de la que nunca Edward supo su nombre, desarrolló sobre el músico una influencia muy poderosa, desviando sus perspectivas musicales hacia otros campos. Así quedaba de manifiesto cuando escribió: “He dejado temporalmente La Batalla, pues la señora me ha prometido una información valiosísima que me hará cambiar la estructura general de la obra. Mientras tanto, estoy componiendo por deseo suyo “Las Mentiras de Satán”...
También por deseo de ella compondría “El Pozo de los Lamentos” (1895), “La Segunda Pasión” (1897) y “La Tumba de Cristal” (1899).
Pese a que Edward intentara a través de la correspondencia saber algo más sobre aquella mujer y así tratar de influir en su tío para que retomara el trabajo de La Batalla y se olvidara de las demás obras menores, todo resultaría inútil. De la mujer supo que jamás fue amante de su tío aunque éste fue enamorándose poco a poco de ella.
Con respecto a la obra, una frase escrita en enero de 1901 sería muy significativa: “Ha merecido la pena esperar. He terminado La Batalla y la ayuda que he recibido de la señora ha sido sublime...”.
Ese mismo año, Edward constataba con horror cómo la demencia se cebaba con su pobre tío, cuando en otra fechada a primeros de mayo, se leía: “... cuento los minutos deseando que cada día a la misma hora, la señora salga del fondo del Estrecho para reunirse conmigo...”.
En marzo de 1902, Alfred Siking fue hallado sin vida en la orilla de una playa del Atlántico gaditano.
Ocho años más tarde, su sobrino Edward Siking tuvo la oportunidad de desplazarse al lugar donde los acontecimientos se habían desarrollado. Durante cuatro años las indagaciones fueron abundantes, pero infructuosas. Sobre el asunto de la enigmática mujer, Edward intentaba averiguar preguntando con la cautela necesaria, pero nadie sabía nada o no quería saber. Un pobre borracho anduvo contándole en su embriaguez la extraña historia de una mujer acusada de infidelidad, a la que su marido, lleno de celos, encerró en un subterráneo donde era mantenida viva a pan y agua. Cierta noche, enloquecido, el marido la golpeó con tal brutalidad que acabó matándola y arrojando su cuerpo inerte en alta mar.
Edward conoció muchos detalles de la vida de su tío pero poco más. Las partituras no fueron halladas, especulándose con que Alfred las había enterrado en algún sitio de las montañas entre Camarinal y Tarifa.
El inminente comienzo de la I Gran Guerra obligó a Edward a regresar a su patria precipitadamente y sin cumplir sus objetivos. Durante el viaje de retorno repasaba una tras otra las cartas del tío cuando, de repente, sus pupilas se dilataron, palideció y lleno de estupor exclamó: -¡Dios mío! ¡Es cierto! ¡Las obras de tío Alfred lo confirman todo!
Luis Gerardo Ortiz de Luque (1999).
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